Le mandó, un plom­ero que llamaron
las vie­jas secas del edificio,
un sople­ta­zo de aire a las cañerías,
si revien­tan que revienten,
quiere decir que hay que cambiarlas
que están podridas.

Reven­taron los caños y los cambiaron,
aho­ra estoy vien­do un chor­ri­to aguja
que salta de un caño que ten­go en la terraza,
el hilo bril­la en el sol, lo paro con la palma
de la mano, me hace una cosquil­la suave:

esta noche cuan­do esté oscuro y nadie me vea
voy a salir al patio, voy a pon­er la cabeza en el chorrito
para rea­v­i­var a la vie­ja del agua, para hac­er­la coletear.

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