El hilo flota­ba blan­do como un hom­bre descuidado
en el espe­jo líqui­do de un cielo nublado

nada le había avisado
en su sim­ple condi­ción de materia
que un ser vivo lo había ten­di­do hacia otro
por un cru­el pacto unilateral
algo que de veras no era un pacto
entre un mun­do agitado
por ape­nas cien mil años de historia
(algo que parece un fal­li­do experimento:
cada año parece con­fir­mar este fatal
inten­to de la naturaleza)
y el uni­ver­so líqui­do y elemental
que tiene mil­lones de episo­dios sutiles
con­gre­ga­dos en cada gota de agua:
además remite a las primeras épocas
no a las posteriores
de este gran teatro

el hilo flo­jo ter­mi­na­do en un gancho
en medio del paisaje pre­históri­co de la Patagonia
donde las grandes truchas continúan
porque inmutables
todo y ellas continúan
iguales que en lejanísi­mos atardeceres
con la mis­ma perennidad
que posee una mosca que cae

¡plop!

en el agua

una dura boca que surge de las profundidades
y ade­lan­ta su arma­da mandíbu­la hacia la muerte
o la vida que nosotros cam­bi­amos en muerte

¿tiene cabi­da un súbito salto de la mente
un insight bril­lante que surge de las aguas
algo que avisa que la mis­ma vida
está en un extremo y otro del hilo flojo
peligran­do por el acto sigu­iente tanto
una como otra peligrando
peligran­do siem­pre por una determinación
basa­da en la costumbre?

la mis­ma cos­tum­bre peligrosa
del hom­bre y de las truchas

y entonces ese recoger el hilo
y romper sobre las rodil­las la caña
arro­jar lejos el reel
los señue­los las botas
volver sin nada a la cabaña
para siem­pre sin nada de esas pre­ciosas vidas inocentes
sin nada de ese amplio uni­ver­so líquido
para siem­pre a salvo
al menos de uno de nosotros

Y el casero de la cabaña
al verme hac­er des­de lejos
me juzgó un idiota

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