Emi­ly Bron­të: sacúdete el cuer­po y vuelve a la vida.
Escribe para mí ese capí­tu­lo negro en donde la bru­ma des­cubre tu más­cara de fuego
y el sal­va­je plac­er de lib­er­ar las manos como águilas.
Yo te envidio, Emily,
sin más excusas que las raíces noc­tur­nas que unían tus pies al cen­tro de la tierra.
Por eso te exi­jo que pro­longues el insomnio;
que vuel­vas hacia mí tus ojos de bor­ras­ca envejecida,
que extien­das tus manos has­ta tocar todo lo que sueño.

Gira alrede­dor de mi cabeza el pluma­je de tu cuerpo
y jun­to con él tráeme la últi­ma ráfa­ga que amaste.

Emi­ly Bron­të: roe la madera y encuen­tra el camino de regreso.
Aunque aho­ra duer­mas sola­mente bajo el tibio refle­jo de la luna
donde nun­ca despier­tas al lla­ma­do de la hierba.

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