Hace ape­nas 600 años, la cul­tura occi­den­tal comen­zó a lib­er­arse de la muchas veces mile­nar­ia noción sobre­nat­ur­al de la real­i­dad y colocó al hom­bre en el cen­tro del uni­ver­so, del mis­mo modo que, míti­ca­mente y bas­tante tiem­po antes, el joven Zeus arro­jó a su padre Cronos de la pri­macía, para reinar él en su lugar.

Para la cul­tura occi­den­tal, el uni­ver­so se trans­for­mó en una suerte de gran mecan­is­mo de relo­jería, cuyas leyes había que des­cubrir y aprovechar.

Luego,  hace poco más de 100 años, la cul­tura des­cubrió algu­nas cosas más: que la inmen­sa, may­or parte del uni­ver­so seguía sien­do descono­ci­da, que cuan­do más conocía del uni­ver­so sim­ple­mente des­cubría que era menos lo que sabía de él y que el hom­bre no era el cen­tro del cos­mos, sino ape­nas una parte más, aunque, has­ta donde sabe­mos, la úni­ca capaz de reflex­ionar sobre sí mis­ma y sobre cuan­to la rodea. O sea: el hom­bre es la mate­ria que reflex­iona sobre sí misma.

Si bus­camos una fuente de con­flic­tos, ningu­na nos dará tan­tos argu­men­tos, tan­tas posi­bil­i­dades como esta condi­ción, que es la de lo humano. Ello, porque desató inmedi­ata­mente un mar de con­tradic­ciones, antag­o­nis­mos, deseos reñi­dos con la razón, razones que chocaron y chocan con­tra la evidencia.

¿Cómo, la mate­ria que reflex­iona, puede com­pren­der quién es ella y qué cos­mos habi­ta, cuan­do com­prende que cuan­to ve y define está teñi­do por la sub­je­tivi­dad, ras­go con­sti­tu­ti­vo del que no puede escapar, porque éste es, pre­cisa­mente, una parte intrínse­ca de ella? Así lo Real, la esen­cia mis­ma de la mate­ria, escapa siem­pre de los alcances de la mate­ria que pien­sa, el hombre.

Aquí volve­mos a evo­car, una y otra vez, las pal­abras siem­pre exac­tas de Jorge Enrique Ram­poni: “El hom­bre quiere amar la piedra, su estru­en­do de piel /  áspera: lo rebate su san­gre, / pero algo suyo ado­ra la per­fec­ción inerte”.

Porque la poesía ha sido siem­pre, feliz­mente, no sólo ter­ri­to­rio de mist­i­fi­ca­ciones y de mon­ederos fal­sos, de com­po­nen­das y adul­teraciones, como lo han sido y lo son todas las activi­dades humanas, es que ha encar­a­do tam­bién la res­olu­ción –imposi­ble, segu­ra­mente, al menos den­tro de las capaci­dades actuales de la mente–  de este enig­ma que algu­na vez Edipo escuchó de los labios de una Esfinge.

La autén­ti­ca poesía siem­pre se ha dis­tin­gui­do más por los alcances de sus fra­ca­sos que por los de sus acier­tos y el solo hecho de que se pro­pon­ga resolver el enig­ma de lo mate­r­i­al pen­san­do lo mate­r­i­al, como lo hace la gen­uina poesía con­tem­poránea, da una idea aprox­i­ma­da de su val­or. Val­or, tam­bién en el sen­ti­do de coraje.

Porque hay que ser muy valeroso, tam­bién, para dejar de lado las modas lit­er­arias, refu­gio seguro de los que no tienen nada que decir pero lo hacen; de aque­l­los que creen que la poesía es mera for­ma y no for­ma y sen­ti­do, tan bien amal­ga­ma­dos que la una está en el otro “como la madera en el árbol”, feliz defini­ción de otro gran poeta, el chileno Vicente Huido­bro. Se debe ser muy atre­v­i­do para avan­zar por lo descono­ci­do buscán­do­lo en cada ver­so, como lo hace lo que se dio en lla­mar una “poesía de ideas”, como si algu­na vez la poesía pudiera escribirse a sí mis­ma sin ten­er­las.  Hay que ser muy valiente para siquiera inten­tar, sim­ple­mente, ser poeta.

Yo admiro muchas cosas en la poesía de Fer­nan­do Tole­do y una de ellas es su valentía.

Porque arries­ga todo sin saber si va a encon­trar algo en lo descono­ci­do y como que­da dicho, todo lo es en nosotros y en el uni­ver­so que habita­mos. Porque recogió el guante de lo mate­r­i­al y su poesía atiende a resolver el enig­ma des­de lo mate­r­i­al; podemos decir que Tole­do es el poeta de lo mate­r­i­al con­sciente, aque­l­la avanzada.

Así, en su últi­mo libro, “Mor­tal en la noche”, el autor describe sus itin­er­ar­ios con ple­na con­cien­cia, cuan­do dice en uno de sus tex­tos más logra­dos, “Ateo poeta”: “Exen­to de piedad, super­sti­ciones, / Y fábu­las de vac­ua trascen­den­cia, / Rodea­do de mitos bim­i­le­nar­ios / Y una corte de anchas apologías, / El poeta mate­ri­al­ista ensaya / (No sin pasión, con algo de pudor) / Un modesto lamen­to de inma­nen­cia”.

Los ver­sos ante­ri­ores son una ver­dadera ars poet­i­ca, una clave impor­tante para inda­gar en la mul­ti­tud de sig­nifi­ca­dos que con­tiene este breve pero inten­so y muy hon­do vol­u­men, que requiere de repeti­das lec­turas para acced­er a los reg­istros que hace el autor. Ello, no por la oscuri­dad de su expre­sión, que no hay tal: Tole­do usa muy bien un lengua­je engañosa­mente sim­ple para involu­crar en un solo ver­so una vas­ta polisemia; en dos ver­sos la com­bi­nación de las rela­ciones estable­ci­das entre ellos; en tres, un despliegue de sen­ti­dos que seguirá mul­ti­plicán­dose has­ta el ver­so final, cuan­do como en una cámara de espe­jos, el poe­ma todo ‑a su vez- se com­bine con las polisemias prove­nientes de los otros poe­mas que encon­tramos en “Mor­tal en la noche”, para pin­tar una atroz y fasci­nante uni­ver­so, allí donde la condi­ción humana, la de mate­ria que se pien­sa a sí mis­ma, fra­casa una y otra vez, tal es su des­ti­no, en fijar sus límites y poder nom­brar­los; esa es, pre­cisa­mente, su grandeza. Que alguien pue­da escribir­lo, es una haz­a­ña más de la poesía contemporánea.

“Mor­tal en la noche” es una Capil­la Six­ti­na a la que le fal­ta, feliz­mente, Dios.

Luis Benítez

Buenos Aires, 28 de abril de 2013.

 

POEMAS DE FERNANDO TOLEDO

 

CAZA MAYOR Y MENOR

 

Como un descono­ci­do estás, de nuevo,

Salien­do del lugar de la reunión,

Huyen­do de un bul­li­cio que te infecta,

Que corre por los techos y paredes

Como si fueras la pre­sa a atrapar

Por el sonido infal­i­ble del mundo.

Quedan en paz las voces, a lo lejos.

Pero solo aquí, en un cuar­to vacío,

Per­siste igual la tenaz cacería,

Que toma la for­ma reconocible

De algún recuer­do que no deseabas,

O tan sólo de tu voz interior

Que es tam­bién una peste

Y que aho­ra te alcanza.

 

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SCHUMANN AL CAER LA TARDE

 

Sopor, un hilo de música

Tenue y un cuerpo,

Como un quiste,

En el blan­co pozo de la tarde.

Pero en un instante

Todo va a cambiar:

El sueño, lo mudo,

La pro­li­ja putrefacción,

O esto que se escribe,

O por fin la noche.

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DESPUÉS DE DEBUSSY

 

Se apa­ga un acorde con fuerza de conclusión

Para ced­er paso a otras melodías:

La mudez se dis­fraza en el tem­blor de una ventana

Y el áspero fluir del agua en las cañerías

Es toda una orques­ta azul que, frenética,

Procu­ra llenar los espa­cios de la casa,

No ya para dis­im­u­lar la oquedad de los rincones,

La som­bra soli­taria que me acompaña,

Sino para sub­ra­yar con cier­ta alevosía

El puesto de absur­do escri­ba de la nada

Que yo sin que­jarme asumo

Mien­tras afuera el mun­do, sí,

Se regala can­ciones felices, rasga

Una vez más las cuer­das del día,

Olvi­dan­do la muerte, igno­ran­do que la música

Empieza y con­cluye en el silencio,

Sigu­ien­do la mis­ma estela vacía

Que va a emerg­er después

De este pun­to final.

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ATEO POETA

 

Exen­to de piedad, supersticiones,

Y fábu­las de vac­ua trascendencia,

Rodea­do de mitos bimilenarios

Y una corte de anchas apologías,

El poeta mate­ri­al­ista ensaya

(No sin pasión, con algo de pudor)

Un modesto lamen­to de inmanencia.

Es tarde y el vien­to trae desechos

De ple­garias como balas perdidas.

De pie a un costa­do u otro de la duda

Mira pasar esa oscu­ra corriente

De la que (sabe) ya no beberá

Y enciende una foga­ta con los restos

De un tex­to difí­cil de corregir.

«Los teól­o­gos cor­ren peor suerte»

Dice en un ver­so para envanecerse,

Con­fian­do en que su próx­i­ma herejía

Ya nun­ca deje des­cansar a Aquél

Que, aunque haya muer­to, entre­tiene a los suyos

Con el Supre­mo Hedor de Su Cadáver.

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